Se trata de un exquisito retrato a lápiz sobre papel de Juana Galarza de Goicoechea, una comerciante adinerada, que formaba parte de la familia política del pintor
La mirada fija y clara, y la insinuación de una sonrisa en sus labios, hacen que su rostro sea amable. Así es como Francisco de Goya inmortalizó en un fino retrato a lápiz a Juana Galarza de Goicoechea: una comerciante adinerada, que formaba parte de la familia política del pintor (su hijo, Javier de Goya, se casó con Gumersinda de Goicoechea, segunda hija de la retratada).
Se trata de una acendrada miniatura a lápiz sobre papel, que representa el perfil de una mujer madura, con mirada perdida pero serena, vestida a la moda de la primera década del siglo XIX y peinada con un recogido alto, a modo regencia. Después de un profundo, meditado y contrastado estudio, que ha durado algo más de tres años, desde el Centro de Arte de Época Moderna de Lleida, el Dr. Ximo Company y la investigadora Jésica Martí, han relacionado a la mujer con Juana Galarza, y han atribuido la pieza a Francisco de Goya.
Esta opinión, ha sido contrastada con diferentes expertos en el tema y todos han coincidido en la gran calidad de la pieza: se trata de un pequeño dibujo en miniatura realizado de una manera muy resuelta y dinámica, con un resultado fino y exquisito. Es bello, elegante y desprende aires de libertad. El retrato no pudo ser dibujado más que por alguien muy cercano a la familia Goicoechea, y, además, tuvo que ser alguien con un grandísimo talento, una mano intuitiva y entrenada, que se delata en la soltura con la que se ha realizado cada uno de los trazos: sobre todo la salvaje mata de pelo recogida dice a gritos que ha sido realizada por la mano del maestro aragonés, Francisco de Goya.
La obra cuenta con una inscripción justo en el lateral inferior derecho, un tipo de anotación bastante común entre coleccionistas del siglo XIX que intentaban poner orden en sus colecciones de arte, escribiendo el nombre del autor a quien sospechaban que pertenecía la pieza: en este caso Goya.
El proceso de investigación ha sido largo, pues se ha querido afrontar desde numerosos puntos de vista para no dejar cabos sueltos, y ha merecido la pena: el papel corresponde a la primera década del siglo XIX; la mujer representada es del entorno directo de Goya; el tipo de pieza –retrato a lápiz- están dentro de la producción goyesca; e incluso quedaría perfectamente enmarcado con la evolución del retrato en Goya, y dentro de los modos de representación que utiliza para su familia en particular. Cada pregunta ha obtenido una respuesta y no ha quedado puntada sin hilo. Pero, además, los trazos no son solamente goyescos: son de Goya. La obra pertenece a una colección particular.